Editorial: La rebelión de los Comuneros - 17/04/24

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Muy buenos días, muy buenas tardes, muy buenas noches y muy bienvenidos a esta nueva singladura de La Voz. Soy César Vidal. Hoy es el miércoles 17 de abril de 2024 y me dirijo a los hispanoparlantes de ambos hemisferios, a los situados a uno y otro lado del Atlántico. Y como siempre, lo hago desde el éxito. Corría el año 1520, y más concretamente un mes de abril como el actual, cuando los castellanos, hartos de sufrir subida tras subida de impuestos, de soportar que la política española se dictara desde Bruselas y de que las castas privilegiadas vivieran de su trabajo, se alzaron en la primera revolución de la edad moderna. Sus metas de independencia nacional, de fin de la opresión de las castas privilegiadas, de auténtica representatividad política y de impuestos bajos y justos resultan hoy incluso más obligadas que entonces. Las resistencias frente a esas demandas de libertad y justicia no son ahora menores que en aquellos momentos. Hace ya más de medio milenio. Esta semana se cumplen 504 años del inicio de la rebelión de las comunidades de Castilla. Sin ánimo de ser exhaustivos, los hechos son los siguientes.

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Primero, a la muerte de Isabel la Católica en 1504, castilla era con mucho el reino más importante de España, con sus cuatro millones y medio de habitantes frente al millón de la corona de Aragón, que incluía no sólo este reino, sino también Valencia, cataluña, baleares y el sur de Italia. Segundo, aunque era Juana, hija de los reyes católicos, la que tendría que haber accedido al reino de Castilla, su padre, fernando el Católico, y su esposo, el flamenco Felipe el Hermoso, la apartaron del trono y decidieron gobernar en su lugar. Tercero, castilla entró así en una situación de inestabilidad política y de conflicto de intereses entre la corona castellana y los intereses flamencos, que no mejoró cuando en 1506 falleció Felipe el Hermoso y Juana siguió recluida como cautiva en Tordesillas. De hecho, castilla sufrió un pésimo gobierno, que incluyó subidas de impuestos, que golpeó su industria lanera, que exportaba al extranjero, que redujo el consumo y que provocó un aumento de la pobreza y del desempleo. Cuarto, en medio de esa tesitura, fernando el Católico estuvo a punto de destruir la unidad de España conseguida décadas antes, separando la corona de Aragón de Castilla y buscando la anexión de Navarra. Sólo la impotencia sexual de Fernando impidió que se destruyera la mayor obra del reinado.

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Quinto, a la muerte de Fernando el Católico en 1516, en contra de las advertencias de Cisneros y del Consejo Real, los amigos de Carlos, hijo de Juan a la Loca y nieto de los reyes católicos lo proclamaron rey de Castilla y Aragón en un golpe de estado institucional que buscaba fundamentalmente que Carlos, ya convertido en rey de España, pudiera competir en la candidatura para convertirse en emperador de Alemania. Sexto el cardenal Cisneros se plegó al golpe de estado pensando quizá en que al menos se reduciría la inestabilidad que desde hacía más de una década sufría la corona de Castilla. Séptimo Carlos llegó a España en 1517 con la única intención de conseguir el dinero suficiente para sobornar a los electores alemanes y convertirse en emperador del imperio germánico. Octavo considerando a Castilla como si fuera tierra conquistada, carlos repartió los cargos públicos entre los flamencos que lo acompañaban, cargos que no sólo estaban en la corte sino también en el seno de la iglesia católica, que no se opuso a esos casos de corrupción moral dado su enmaridamiento con la monarquía. Así, de la noche a la mañana, castilla se vio sangrada con nuevos impuestos.

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La política pasaron a decidirla extranjeros y los grandes beneficiarios, como siempre, fueron las castas privilegiadas a la sazón, la monarquía, la aristocracia y la iglesia católica. Noveno ante un rey que no hablaba castellano y que actuaba de esa manera, aparecieron pasquines en Castilla que afirmaban tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor, por quienes no te tienen amor. Décimo En 1519 Toledo comenzó una acción política destinada a enfrentarse con hechos como el pago de impuestos o que la política española se decidiera desde Bruselas. La oposición de Toledo al año siguiente quedó cristalizada en un escrito de reivindicaciones políticas. Un décimo Las cortes reunidas en la Coruña en 1520 para entregar todavía más dinero a Carlos I se vieron doblegadas por las presiones del rey, de manera que éste pudo marchar a Alemania para competir por la corona imperial y en su lugar quedó gobernando España el cardenal Adriano de Utrecht.

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Dúo décimo La respuesta de los castellanos ante ese expolio fue la sublevación de Toledo, nada dispuesta a seguir soportando la salvaje carga de los impuestos y el gobierno de los extranjeros. Décimo tercero A Toledo se fueron sumando otras ciudades castellanas, como Segovia. A Toledo se fueron sumando otras ciudades castellanas, como Segovia, donde el pueblo linchó a los recaudadores de impuestos, zamora, burgos, donde el pueblo quemó las casas de los recaudadores de impuestos, guadalajara, ávila o Valladolid. Décimo cuarto Estas comunidades de Castilla exigieron que el reino fuera gobernado por castellanos y no por extranjeros, que el dinero no saliera del reino y que se anularan los impuestos injustos. La respuesta del cardenal Adriano de Utrecht fue intentar aplastar por la fuerza a los comuneros, lo que se tradujo en un levantamiento general en Castilla.

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Décimo quinto Tras incendiar Medina del Campo, las tropas del rey, durante la noche del 22 de agosto de 1520, en Valladolid, el pueblo, que había identificado de manera indiscutible a sus enemigos, incendió la casa del recaudador de impuestos y el arzobispo de Granada tuvo que huir disfrazado para evitar la cólera popular. Décimo sexto empeñados en guardar la legalidad, los comuneros se dirigieron a Tordesillas, donde estaba recluida la reina Juana, intentando convencerla para que se pusiera al frente del levantamiento. Los datos sobre esa entrevista no coinciden y van desde los a los de aquellos que sostienen que apoyó de manera directa a Padilla el jefe de los comuneros de Toledo. Décimo séptimo la Junta General del Reino, formada por las comunidades, publicó el 25 de septiembre de 1520 una declaración solemne que resultaba claramente revolucionaria, ya que afirmaba la voluntad de sustituir la voluntad del soberano por la de los representantes del pueblo constituidos en cortes. En paralelo, se arrancaba sus competencias al Consejo Real, asumiéndolas la Junta.

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Décimo octavo la paralización de la recaudación de impuestos colocó al rey Carlos y a sus partidarios en una situación desesperada, que sólo consiguieron enfrentar gracias a la ayuda financiera de Portugal, pactada en diciembre de 1520. Décimo noveno En paralelo, el papa, en clara alianza con el rey Carlos, dictó un breve condenando a la pena descomunión a cualquier eclesiástico que pudiera apoyar a los comuneros. Vigésimo ante la imposibilidad de que la reina juana respaldara de manera efectiva a los comuneros, ante la ayuda portuguesa, ante el respaldo papal a la opresión y ante la decisión del rey carlos de aplastar al movimiento con las armas, los comuneros, a pesar de ser un movimiento de clases medias, cometieron su primer error al confiar el mando de la rebelión a dos miembros de las castas privilegiadas don Pedro Girón, duque de Medina, sidonia, y el cardenal Acuña XXI. Durante la primera parte de 1520, las tropas del rey tomaron tordesillas, lo que provocó la deserción del duque Girón y del cardenal Acuña, dispuestos a pactar con el monarca y salvar su posición antes que a defender las libertades castellanas. Semejante paso sembró el desconcierto entre los comuneros. Vigésimo segundo a pesar de todo, persistió la voluntad de resistencia hasta el punto de que el cardenal Adriano señalaría entonces que estos hombres, que se habían revelado contra los nuevos impuestos exigidos por el rey, no dudan en aceptar de buen grado todo tipo de sacrificios, con la esperanza de verse más tarde, en caso de victoria, libres de cualquier servidumbre.

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Vigésimo tercero El 22 de abril de 1521 los ejércitos del rey y de los comuneros se enfrentaron en Villalar. En la batalla en la que se impusieron las tropas del rey, un millar de comuneros pagó con su vida la defensa de las libertades del reino y cayeron prisioneros sus principales dirigentes 24. Al día siguiente, 23 de abril de 1521, fueron ejecutados Padilla, bravo y Maldonado, los principales dirigentes comuneros. 25. A mitad del mes siguiente, la rebelión había sido aplastada en casi toda Castilla. Sólo Toledo, bajo el gobierno de María Pacheco, viuda de Padilla, decidió seguir resistiendo Para poder hacer frente al asedio de las tropas del rey. María de Pacheco, que sería conocida como la Leona de Castilla, requisó las riquezas de los conventos. Xxvi La resistencia de los comuneros duró hasta el 25 de octubre de 1521, en que el arzobispo de Bari, en representación del rey Carlos, llegó a un acuerdo de capitulación del último reducto de resistencia comunera.

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Vigésimo séptimo Los términos de la capitulación no fueron jamás respetados por el rey Carlos. María de Pacheco se vio obligada a huir y moriría exiliada en Portugal. Su casa fue demolida y se desató una salvaje represión contra los comuneros. Los que no fueron ejecutados se vieron apartados de cualquier cargo para siempre. Vigésimo octavo Las castas privilegiadas fueron las únicas vencedoras en la derrota de los comuneros.

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Carlos V subordinó desde entonces los intereses de España a su medieval política imperial, arruinando a la nación. El cardenal Adriano, represor de los comuneros, fue elegido papa como muestra del poder imperial para sobornar a los cardenales que formaban parte del conclave, y tanto la iglesia católica como la aristocracia y la monarquía consagraron su dominio total y despótico sobre la desdichada nación española. Vigésimo noveno Así la derrota de los comuneros selló el destino de Castilla y con él el de toda España. Desapareció así la posibilidad del desarrollo del parlamentarismo, se abrieron las puertas a que la política española estuviera determinada por intereses extraños, como eran los del papado o la dinastía de los austrias, se vio precipitada la nación en guerras que la desangraron económicamente, se disparó salvajemente el gasto público, se desencadenó una cascada de quiebras nacionales que colocaron a España en el primer lugar de bancarrotas a lo largo de la historia y acabó hundiendo a la nación hasta el punto de que jamás recuperaría el peso que tuvo a inicios del siglo XVI y que cada siglo, sin excepción, perdería pedazos de su territorio nacional.

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Y trigésimo así la derrota de los comuneros fue la gran derrota de España y el triunfo de las castas privilegiadas que llevan sangrándola desde hace siglos. Esta semana se cumplen 504 años del inicio de uno de los episodios más tristes, lamentables y trascendentales de la historia de España. La rebelión de los comuneros se ha malinterpretado o pasado por alto de manera sistemática, fundamentalmente porque hacerlo permite perpetuar una visión falsa e interesada de la historia de España que beneficia a las castas privilegiadas. Según esa versión radicalmente falaz, los comuneros no habrían sido más que unos miopes localistas castellanos que no comprendieron la grandeza de Carlos V y que se sublevaron contra él. Por lo tanto merecían un justo castigo por su rebelión. Y así lo recibieron, porque precisamente con la dinastía de los Austrias alcanzaría España el culmen de su historia. La realidad histórica es muy diferente.

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Durante la Edad Media, castilla fue el único reino peninsular que contó con todos los matices que se desee, con una representatividad que iba más allá de la nobleza y del clero y con el disfrute de libertades. Esas libertades castellanas explican, por ejemplo, que las tres provincias vascongadas pidieran entrar en la corona de Castilla, librándose así de caer bajo el dominio de un reino de Navarra que hubiera sido infinitamente más despótico para los vascos, a pesar de que hablaran una lengua común. Esas libertades castellanas no tuvieron equivalentes en Aragón, valencia o Cataluña, donde, por cierto, todavía en la época de los reyes católicos, existía el derecho de pernada del señor y cuya historia discurrió más en el seno del desarrollo del feudalismo que de las libertades. A diferencia de esas cortes castellanas en las que existía un embrión de representatividad, las de la corona de Aragón tenían un corte claramente estamental que excluía de manera absoluta la manifestación de la voluntad popular.

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La muerte de Isabel la Católica vino seguida de una crisis de la corona, de la que no suele hablarse, que duró más de una década y en el curso de la cual Fernando el Católico estuvo a punto de destruir la unión peninsular al pensar en vincularse a navarra en busca de un heredero y separarse de castilla que el rey fernando, personaje codicioso y carente de escrúpulos como pocos, no llegará a liquidar. La reunificación de españa se acercó a lo milagroso. El dato suele ocultarse porque deja ver un reinado de los reyes católicos con una visión más completa, dejando de manifiesto que tuvieron luces pero también negrísimas sombras, y porque muestra cómo los intereses de los monarcas siempre estuvieron por encima de los de aquellos que habitaban sus reinos. Finalmente, mediante un auténtico golpe de estado, carlos, hijo de Juan a la Loca y nieto de los reyes católicos se sentó en el trono de Castilla. Hay gente a la que le sigue entusiasmando cantar los loores de Carlos, pero su reinado constituyó una verdadera desgracia para España.

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Trajo consigo a sus aduladores flamencos, les entregó todo tipo de prebendas, incluidas las sedes episcopales, sin que la iglesia católica dijera ni palabra, porque así funcionaba en su enmaridamiento con los reyes. Y, por supuesto, decidió que castilla fuera exprimida económicamente para favorecer sus planes de ser coronado emperador de alemania. Carlos nunca se enteraría de que el mundo cambiaba pasos agigantados y vivió un siniestro y anacrónico sueño medieval que fue nefasto para una España que tuvo que costearlo. Como era lógico, castilla se alzó contra esos planes del rey Carlos desde el principio. Harta de pagar impuestos, harta de ver cómo las decisiones de gobierno no se tomaban en el territorio patrio sino en el extranjero, harta de los privilegios de las dos castas privilegiadas que tantísimo daño han hecho a España durante siglos la iglesia católica y la monarquía se levantó en lo que no fue una algarada, sin una verdadera revolución, ya que exigigió en el futuro las decisiones las tomaran organismos elegidos por el pueblo de castilla, comenzando por la cuantía de los impuestos.

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La rebelión de las comunidades fue la primera revolución de la edad moderna, de hecho, tuvo lugar un siglo y medio antes de las revoluciones puritanas inglesas. Sin embargo, a diferencia de éstas, fracasó de manera estrepitosa. En Inglaterra, la reforma había abierto el camino hacia la libertad y la primacía de la ley, lo que permitió que, en el siglo XVII, los puritanos derrotaran a un rey que también se llamaba Carlos I, lo juzgaran, lo decapitaran e impulsaran el triunfo del parlamentarismo, un triunfo que se consagraría a finales del siglo con la segunda revolución puritana, la denominada Gloriosa Revolución En España. Los comuneros ciertamente perseguían fines muy semejantes, pero por desgracia fueron derrotados por la alianza de la monarquía extranjera, por añadidura, con la iglesia católica y la aristocracia. Como era de esperar, la represión que vino después fue despiadada, las cortes dejaron de ser representativas, los impuestos no pararon de subir y Carlos V, convertido en emperador, continuó persiguiendo sus delirantes sueños de imperio medieval y convirtió a la pobre y desdichada nación española en espada de la contrarreforma.

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No se trata sólo de que toda la libertad, todos los avances, todo el progreso que significó la reforma se perdieron para España. Además, y por si todo eso fuera poca desgracia, el despotismo monárquico-clerical empujó a la nación hacia una dinámica verdaderamente perversa, podría incluso decirse que diabólica. Las cuantiosísimas riquezas extraídas de las indias se perdieron en campañas que no eran en beneficio de España, sino de los delirios de un monarca extranjero y de un teócrata asentado en el Vaticano. Para colmo, las riquezas nacionales se desrocharon en guerras ajenas a los verdaderos intereses de la nación, dejando exhaustas sus arcas. Con carlos quinto, españa ya vio cernirse sobre ella el aspecto de la quiebra y el crecimiento disparatado de la deuda. Al respecto, no deja de ser significativo que una de las obras maestras de la literatura española y universal, el lazarillo de tor, contraste la terrible miseria de un pueblo y sus vicios con el día en que el emperador Carlos entró en Toledo.

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Tras Carlos, su hijo, el siniestro y despótico Felipe II, sería el protagonista, en su necio fanatismo, de una bancarrota tras otra de la economía española. Ciertamente no podía ser de otra manera. Antes de que el siglo XVII cruzara su ecuador, castilla se había hundido y nunca recuperaría su relevancia En cuanto a España, había dejado de ser la primera potencia europea y jamás, jamás, jamás volvería a recuperar una posición parecida? ni de lejos. A esas alturas, el papado la había traicionado apoyando al monarca francés y, antes de que acabara el siglo, estuvo a punto de ser desmembrada gracias a las acciones de Luis XIV. Si no fue así se debió paradójicamente a la intervención, al lado de España, de Inglaterra y Holanda, ambas potencias protestantes. Al final, otra dinastía extranjera, los Borbones, se sentarían el trono español, subordinando de nuevo a la nación a los intereses foráneos, en este caso los de la monarquía francesa.

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Todos y cada uno de esos episodios de enorme relevancia serían oscurecidos en la historiografía oficial, una historiografía cortada sobre el patrón de los intereses de las castas privilegiadas y empeñada en negar la realidad histórica acusándola de leyenda negra. Nada de esto habría sucedido si, hace ahora cinco siglos, hubieran sido los comuneros los que hubieran obtenido la capitulación de las fuerzas del rey. Sin embargo, es sabido que no fue así y que, gracias a la alianza de la monarquía, la aristocracia y la iglesia católica, españa entró en una dinámica en la que, a partir de entonces, en cada siglo perdió pedazos de su territorio, vio crecer su deuda pública de manera salvaje, fue ganando posiciones para convertirse en la primera nación del mundo en número de quiebras soberanas y, sobre todo, forjó un carácter nacional que, vez tras vez, se tradujo en sistemas políticos en los que las castas privilegiadas siguen viviendo a costa de aquellos que producen la riqueza nacional. Prueba de hasta qué punto esas castas privilegiadas mintieron la historia de España es el hecho de que hubo que esperar hasta el siglo XIX para que se reivindicara la obra de los comuneros, cuando uno de sus reivindicadores fue el aguerrido, empecinado héroe de la lucha contra el invasor francés, liberal y, como era de esperar, víctima del absolutismo del rey Fernando VII que lo hizo ejecutar ignominiosamente.

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Si alguien piensa que la decadencia de España, con todos sus males seculares, empezó con el régimen de 1978, con José Luis Rodríguez Zapatero o con el gobierno socialcomunista de Sánchez, es que simple, lisa y llanamente ignora la historia de España. Como mínimo, esa cadena de desgracias viene desde hace ya medio milenio. A cinco siglos de distancia se puede ver con claridad lo sucedido si, por ejemplo, se sabe lo que pasó con los comuneros, aunque por supuesto los lacayos de cualquiera de esas castas privilegiadas se empeñará encarnizadamente en negarlo. Qué triste es que España siga yaciendo en manos de las castas privilegiadas y obedeciendo una política diseñada desde el extranjero, mientras su pueblo sólo cuenta para pagar impuestos y dispendios en beneficio de los que los explotan.

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Pero no se dejen llevar por el desánimo la frustración. Y es que, a pesar de que los poderosos muchas veces parecen gigantes, es sólo porque se les contempla de rodillas. Y ya va siendo hora de ponerse en pie. Mientras tanto, en el tiempo que han necesitado ustedes para escuchar este editorial, la deuda pública española ha aumentado en cerca de 7 millones de euros. Y no debería extrañar porque su política se sigue dictando desde Bruselas, porque los impuestos son injustos y asfixiantes y porque además ha decidido intervenir en guerras totalmente contrarias a sus intereses nacionales. Todo como si estuviéramos todavía en la época de la rebelión de los comuneros. Muy buenos días, muy buenas tardes, muy buenas noches. Les ha hablado César Vidal desde el exilio.

Speaker 2: 27:10

Que Dios los bendiga.